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El universo pictórico de Leonora Carrington está marcado por una
constelación de seres fantásticos que la acompañaron a lo largo de sus
noventa y cuatro años de vida. Seres que habitaron su imaginario desde
la niñez, cuando su nanny y su madre irlandesa le contaban historias
fabulosas en las que los mitos y leyendas populares celtas, los relatos
de fantasmas y los cuentos de hadas que fueran tan populares en la era
victoriana, se entreveraron en su inconsciente para tejer con los
invisibles hilos de la memoria una sensibilidad fuera de lo común.
Nacida en Lancashire, Inglaterra, en 1917, Leonora desde muy temprano
destacó entre sus tres hermanos por manifestar una rebeldía precoz ante
la autoridad recalcitrante de su padre, el magnate de la industria
textilera inglesa, Harold Carrington, quien nunca logró entender que el
poderoso mundo interno de su hija no tenía nada que ver con el apretado y
rancio entorno aristocrático al que la familia se aferraba.
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El Templo de la Palabra, 1954 |
Brujas juegan al cubilete. Oleo sobre lienzo, 91,5 X 70,5 cm
Abundan en sus cuadros los sidhe,
misteriosos personajes que según la mitología celta habitan las colinas
de las hadas donde un día se levantaron las construcciones megalíticas.
Son muchas las pinturas inspiradas en esas leyendas feéricas
irlandesas, como Sidhe: The White people of Tuatha dé Dannan (Sidhe: La gente blanca de Tuatha dé Danann)
una extrañísima escena en la que la artista logra plasmar con maestría
la naturaleza etérea y fantasmal de estos personajes blancos –diríase
transparentes– reunidos en torno a una mesa con comida, en una atmósfera
sombría e inaprensible como la de los sueños más inquietantes.
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